lunes, 3 de diciembre de 2012

Capítulo 1




Él:


Tenía ojos del color de la primavera y el pelo de oro escondido en un gorro violeta de lana adornado con una borla que caía graciosamente hacia su espalda. Sus delicadas manos estaban enfundadas en un par de manoplas que tocaban el cristal del escaparate de la tienda Guess. Esos ojos que miraban con ansia una cazadora de cuero sintético negra con tachuelas doradas, que sería la prenda estrella en el armario de cualquier estrella del rock.


Te has quedado parado mirándola en medio de la calle, porque pocas veces se ve a una chica así. Piensas en tu novia, y no puedes evitar comparar su pelo sumamente artificial, rubio oxigenado con el de ella. Ni su cara que siempre está pintada como una puerta con el rostro fresco y natural que tiene esa especie de ángel.


No aguantas más y te acercas a ella. Despacio, no quieres abordarla. A medida que te acercas te va llegando su perfume, que no sabrías decir a qué huele. A feminidad, quizás. Te pones a su lado y se lo sueltas:


-No salgas corriendo ahora, pero me gustaría tomar un café contigo ahora mismo. - Te mira desde sus ojos primavera alarmada, sorprendida. No sabe si echar a correr y eso casi te hace reír. - Te juro que no soy un maníaco sexual, simplemente me apetece tomar un café contigo.


-No me gusta el café.- Su voz era como una melodía musical que te llega al corazón.


-Pide otra cosa.- Le ofreces tu brazo. Ella, lo mira dubitativa hasta que lo agarra y sonríe. Quién sabe por qué.



Ella:



Estoy agarrada al brazo de un extraño. Tengo diecinueve años y estoy andando por Nueva York agarrada al brazo de un extraño. Que alguien me explique qué le pasa a mi cabeza. Me va a violar, me matará y luego dejará mi cadáver en el mar.


Pero era guapísimo. Tenía ojos del color del mar, unos ojos cálidos que se arrugaban por los bordes cuando sonreía. Y una chupa de cuero combinada con unos pantalones ajustados negros que podían dejar sin respiración a cualquier persona.


Entramos a una cafetería acogedora y nos sentamos al lado de la ventana. Hacía calor, por lo que él se deshizo de su cazadora de cuero y dejó ver una camiseta que se ajustaba perfectamente a sus pectorales marcados. Me azoré y desvié la mirada, estaba como un tren.


Me quité el gorro y las manoplas y mi pelo calló hasta el final de la espalda. Me quité el abrigo, pero yo no llevaba una camiseta con escote y ajustada, nada que pudiera provocar en él la misma sensación que él provocaba en mí. Simplemente llevaba un jersey extra largo, unos pantalones vaqueros y unas zapatillas de lona.


Observé que llevaba un reloj caro amarrado a la muñeca y me di cuenta de que sobresalían las llaves de un coche de su bolsillo. Seguramente tendría un buen trabajo, piso propio y coche. Me apuesto la vida a que tiene novia y me está usando como un trozo de carne.


Un anillo de plata prendía de su dedo anular y eso sólo me hizo sospechar más. Lo miré escudriñándolo y se dio cuenta. Sólo apareció en su cara una sonrisa medio torcida, como si supiera exactamente lo que estoy pensando.


-¿Sabes? Te he visto y he querido hablar contigo al momento. Me das sensación de confianza y calidez. Y no sé cómo interpretarlo, porque es la primera vez en mi vida que me pasa eso- Lo miré con ojos desafiantes.


-Mira, no sé por qué he aceptado venir contigo, pero ya veo que ha sido una mala decisión. Probablemente eso se lo digas a todas con las que engañas a tu novia. Yo no seré una de ellas.- Alzó las cejas sorprendido.


-¿Cómo sabes si tengo novia?


-Tu anillo. Le das vueltas con el dedo, lo miras inquieto. Eso sólo puede significar que estás casado o que tienes novia. Dudo lo primero, porque eres bastante joven aunque podría ser. Y me creo lo segundo, porque me miras con expresión culpable.


-¿Estudias psicología?


-No, arte. Pero no hay que ser un genio para darse cuenta de que lo único que quieres es un rollito de una noche.- Me levanté bruscamente, pero me agarró del brazo.


-Por favor, quédate. No pretendo acostarme contigo, en serio. Es cierto, tengo novia. Pero ya no nos queremos. No soy feliz con ella, pero es como una rutina ¿sabes? cuesta deshacerse de las viejas costumbres, llevo seis años con ella. Tengo veintidos años, llevo desde los dieciseis con ella y ella conmigo desde los catorce. No es fácil levantarse un día y ver que detestas a la persona que está a tu lado.- Lo miré algo hecha polvo. No me gustaba ver a nadie infeliz y me daban ganas de ayudarlo fuera como fuera. Bien podría ser una de mis pocas cualidades. Respiré hondo y me volví a sentar.


-Está bien. Quiero un batido helado de chocolate.- Me miró sorprendido. Era diciembre y estábamos bajo cero.- Odio las bebidas calientes.


-De acuerdo, me levantaré a pedir.


Miré hacia las concurridas calles de Nueva York y pensé en él. No sabía su nombre, ni él el mío. Por lo menos en eso estábamos en igualdad de condiciones.


Él:


La miré de soslayo desde la barra de aquella cafetería. Miraba por la ventana pensativa. No tenía ni idea de su nombre, y barajaba algunos mientras esperaba a que una camarera maleducada se decidiera a fijarse en mí.


Me parecía una elfa de esos libros que tenía que leer a escondidas, simplemente porque en mi casa; con mis padres ricos, religiosos y clasistas, sólo tenía cabida la Biblia y algún que otro libro de tema económico. Todo lo demás era salirse del redil y siempre fui demasiado cobarde para rebelarme.


-¿Quería algo?- la camarera maleducada llamaba mi atención. Tenía el delantal manchado y el pelo sucio. Mascaba chicle con la boca medio abierta.


Llevaba diez minutos esperando, por supuesto que quería algo.


-Sí, un café solo y un batido de chocolate helado.- Se me quedó mirando cuando dije lo del batido, pero se ve que había visto cosas más raras, por lo que se encogió de hombros y se dio media vuelta.


Empezó con el café, ese horrible de máquina y me arrepentí de haberlo pedido. A continuación preparó el batido y me los puso ambos delante. Iba a preguntarle cuánto era, cuando impertinentemente me cortó:


-Siete dólares y cincuenta centavos.- Ni siquiera un ''por favor''.


-Aquí tiene.


Recogió mi billete de diez dólares y me miró alejarme por el rabillo del ojo. No se merecía propina, pero odiaba llevar moneditas tintineando en mis bolsillos.


A medida que me acercaba a ella me fijé en la extraña posición de sus pies, que permanecían en tensión pero metidos hacia dentro, como si estuviera reprimiendo las ganas de correr. Reprimí un bufido mientras me sentaba delante de ella, y me miró con curiosidad.


-Parece que estés a punto de salir a correr.- Enarcó una ceja. Una expresión extrañamente sexy en aquella cara angelical.


-Es que creo que debo salir a correr.


-Es tu decisión, pero tómate el batido al menos.- Bajó esa ceja rebelde poco a poco y cogió el batido. Sorbía, se relamía, se limpiaba con la servilleta, se volvía a relamer. Y yo no podía dejar de imaginar aquellos labios sobre mi piel.


-Cuéntame.- Dijo de repente sacándome de mi ensimismamiento.


-Aún no sé tu nombre.


-Ni yo el tuyo.- Desafiante, manteniendo la mirada fijamente. Esos ojos verdes, del color de la primavera, vivos, me miraban diciéndome que no me enteraría jamás de su nombre si yo no le decía el mío.


-Me llamo Jared.


-Autumn- dijo, tendiéndome la mano. La chica de los ojos de primavera con el nombre del otoño. Irónico. Cogí su mano e, inevitablemente, se la besé. Puede decirse que fue un acto en gran medida atrevido, pero aquellas manos, pequeñas, blancas, de porcelana, merecían ser besadas.


Ella levantó la mirada hacia mí, endureciendo su expresión. Sus ojos se enfriaron y ella apartó la mano rápidamente.


-Tienes novia, chaval. ¿Esto es lo que la respetas? Puede que ya no os queráis, pero sigues con ella, así que creo que se merece un respeto por tu parte. Deja de intentar dar pena a mujeres aleatorias que te encuentras por ahí y sé valiente y déjala.- Se levantó y se fue, corriendo, como una exhalación. Me quedé congelado en el sitio por dos segundos y salí a correr detrás suya.

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