lunes, 31 de diciembre de 2012

Capítulo 2



Ella:

Eché a correr con todas mis cosas en mis manos, doblé la esquina de la cafetería y la siguiente esquina que me encontré, seguí corriendo hasta llegar a un parque. Cogí un taxi e intenté olvidarme de ese hombre de ojos azules y pantalones ajustados para siempre.

Cuando llegué a mi piso mi compañera y mejor amiga, Kathleen Crowley, me esperaba con un par de pizzas calientes. Agradecí mucho el gesto, estaba helada de frío. Le di un beso y me senté a su lado en aquel sofá que habíamos comprado hacía seis meses en ikea.

-¿Dónde has estado?-Me preguntó suspicaz. En alguna parte de su ser aún le quedaba esperanza de que pudiera tener novio o algo parecido. Se iba a morir cuando le contara lo de Jared Ojos Azules. Kath era alta, delgada a base de ejercicio y morena, con el pelo bien cuidado. Tenía unos ojos grandes azules oscuros que podían hacer que le contaras todos tus secretos en menos de dos segundos.

-He ido a sacar un libro a la biblioteca y luego a pasear.- Puso los ojos en blanco. Supuse que por lo de la biblioteca. Solía ir seis veces a la semana.- Mientras estaba en el escaparate de Guess un tío se me ha acercado y me ha invitado a tomar un café.

Como supuse abrió mucho los ojos y empezó a medio hiperventilar. Me cogió de los hombros demasiado fuerte, como de costumbre, y me sacudió. Entonces empezó su metralleta de preguntas.

-¿Ya lo conocías? ¿Os habíais citado allí?

-No.

-No, ¿Qué?

-No a ambas cosas, Kath.

-¿Quién era?

-No sé. Me abordó. Se llamaba Jared.

-¿Te has ido con un tío que no conocías de nada? ¿Estás loca?- Puse los ojos en blanco. Sabía que reaccionaría así. Kathy era un poco mi mamá pato.

-Era guapo...-No pude creer que esas palabras frívolas salieran de mi boca. Kath me miró con los ojos muy abiertos y empezó a reírse como una loca. Y, sin poder evitarlo, me uní a sus risas.









Él:

Sin aliento, me paré en un parque cercano a la cafetería. La vi subir a un coche, grité su nombre, pero la chica de ojos primavera se escapaba de entre mis dedos montada en un taxi. Me enfundé los guantes y eché a andar hacia casa, la cual estaba muy lejos de aquella cafetería. Descarté coger el coche, ya mandaría a alguien a recogerlo mañana. Necesitaba dar un paseo lejos de todo.

Supe que Autumn tenía razón en cuanto sus palabras rozaron mi mente. Debía dejar a Debbie, nada más llegar a casa. Le debía al menos un poco de sinceridad.

Me preocupé por mis padres. No les iba a gustar nada, pero tenía que echarle valor. Debía empezar a ser feliz por lo que era y no por lo que mis padres querían que fuera. Esto iba a conllevar una gran discusión con ellos y probablemente les iba a enfadar muchísimo. Joder, estoy confuso. Qué mierda.





Llegué a casa y conforme abrí la puerta, ahí estaba Debbie, echando chispas. Enfadada. Como de costumbre.

-Hola...

-¿Hola? ¿Dónde has estado? Te he llamado mil veces. ¿Con quién estabas?-Las mismas preguntas de siempre. La misma desconfianza de siempre. La misma frialdad. La misma mierda.

-Debbie... vamos a la cocina. Tengo que hablarte.- Me miró con ojos sospechosos, pero la agarré del brazo y la llevé a la cocina.-Esto no es fácil de decir... llevamos seis años juntos, pero yo ya no te quiero. Hace mucho tiempo que hemos dejado de querernos. No soy libre, y creo que tú tampoco, tengo que dejarte. Tengo que dejar esta relación, me está ahogando.- La miré y echaba chispas. Se levantó y me pegó una torta en la cara. Le agarré los brazos y ella forcejeó hasta soltarse. Me arañó la cara y los brazos, me pateó las piernas.

-¿Quién es la zorra con la que me estás engañando? ¿Quién es?- Estaba fuera de sí, así que corrí a la habitación y me encerré dentro. Empecé a meter sus cosas en una bolsa y salí a la media hora. Sus gritos aún se escuchaban en el pasillo.

-No lo entiendes Debbie, no estoy con nadie. El problema es que ya no te quiero. Tú has hecho que ya no te quiera. No me haces feliz.- Le puse la bolsa en sus manos y la saqué a fuera, al rellano. Le cerré la puerta en la cara y entré en mi apartamento, tranquilo por primera vez en dos años. Sin nada que me hiciera sentir incómodo.

Fui al aparador y saqué algo de whisky y una copa. Tenía que encontrar a Autumn aunque solo fuera para agradecerle este cambio en mi vida.





Ella:

La cama se me hacía pequeña, dando vueltas, arriba y abajo. Sin poder quitarme esos ojos azules de la cabeza. Y sin dejar de odiarme por haber salido corriendo de esa cafetería sin su número de teléfono.

Me abracé a mí misma deseando, por primera vez en mi vida, que esos brazos no fueran los míos sino los de otra persona. Pensaba en sus ojos azules, en su jersey ajustado y en sus pantalones pitillo negros, en sus manos, grandes, blancas, viriles. Cerré los ojos y comencé a soñar. Y me quedé dormida.

Cuando desperté no recordaba haber soñado nada, pero estaba agitada. Miré el reloj. Eran las ocho de la mañana de un domingo invernal, por lo que me acurruqué más debajo de mis sábanas calientes ignorando la cantidad de deberes que me miraban con burla desde la mesa de mi escritorio.

Cerré los ojos e intenté dormir otra vez, pero esos malditos ojos azules aparecieron en mi mente y fruncí el entrecejo. Me tapé con la manta hasta la cabeza y me puse a cantar, cosa que solía hacer cuando no quería pensar en algo.

Media hora y cinco canciones después, decidí levantarme de la cama y aprovechar ese domingo frío. Agarré mi bata, me hice una coleta y me dirigí a la cocina. Kathy había salido la noche anterior así que o no había llegado aún o estaba en su cuarto durmiendo. Sola o acompañada, esa era la cuestión.

Me encogí de hombros y alcancé la nutella de la estantería. Cogí un par de rebanadas de pan y las metí en la tostadora. Mientras que se hacían puse la radio y bailé al son de la música.

Me senté con mi desayuno y las comedias de Shakespeare por delante y empecé a comer.

Consideraba comer como uno de los placeres de la vida, era algo que me encantaba. Odiaba a las chicas que sólo se comían la mitad de su plato. Yo me comía mi plato y lo que sobraba de los demás.

A las nueve apagué la radio y fregué mi vaso del desayuno y los platos de pizza de anoche. Recogí mi libro de la mesa y lo devolví a la balda que le correspondía. Caminé pasillo arriba hacia mi cuarto y vi salir sigilosamente un tipo de esos musculados y bronceados, sumamente artificiales ¿Quién puede estar bronceado en diciembre?

Me miró de arriba abajo y me guiñó un ojo. Qué asco. Me metí en mi habitación y confié en que fuera capaz de encontrar la salida solo. Aunque dudaba mucho que semejante espécimen tuviera la capacidad de encontrar la puerta de salida en un piso de noventa metros cuadrados.

Efectivamente, a los dos minutos un par de nudillos tocaron a mi puerta y una cabeza rapada asomó por ella.

-¿Dónde está la puerta?

No pude reprimir una carcajada y una sonrisita de suficiencia mientras que me levantaba lentamente para guiarlo a la puerta de entrada. Supuse que estaría demasiado borracho anoche como para fijarse en la distribución del piso.

Le abrí la puerta y me tendió un papelito con su número de teléfono.

-Se lo daré a Kathleen.

-¿Kathleen? No cielo, eso es para ti.- Y me guiñó un ojo. Le tiré el papelito a la cara y le cerré la puerta en las narices. Me di la vuelta indignada y me dirigí a mi habitación para hacer la cama y empezar mis deberes.

Me senté delante de mi escritorio y empecé con los ejercicios de Arte. Me pedían que dibujara a boli, sin posibilidad de corregir. Tenía que arreglar mis fallos. Empecé a dibujar un par de ojos azules. Cómo no. Decidí dejar eso para más tarde y me puse a hacer un trabajo teórico sobre la pintura del siglo diecinueve.

A las dos de la tarde terminé todos mis trabajos, incluido el que había empezado con los ojos azules, muy a mi pesar. Escuché a Kath levantarse y trastear por la cocina y salí a comunicarle que tenía la tarde libre.

Cuando asomé por la puerta de la cocina puse los ojos en blanco. Estaba ya vestida con su habitual estilo de pantalones, tacones y camisa. Eso quería decir que quería salir a comer. Me miró despectivamente y me dijo:

-¿Qué haces todavía así? Vamos a una cafetería o algo, no quiero hacer de comer.- Le sonreí irónicamente. La que hacía de comer era yo.

-Pues estás de suerte, tengo la tarde libre. He visto a tu amigo esta mañana.

-¿A que era mono?- Bufé.

-Sabes que difiero bastante en cuanto a tus gustos, Kathleen.- Se rió y me arrastró por la fuerza a mi habitación. Me sentó en la cama y empezó a sacar ropa de mi armario. No iba a encontrar nada.

-Por Dios Autumn, ¿es que sólo tienes vaqueros?

Al fin sacó unos pantalones negros y una blusa rosa claro. Y unos tacones. Por ahí sí que no iba a pasar.

-Kath, no pienso ponerme tacones.- Levantó una ceja.

-Ya lo creo señorita. A la ducha.

Refunfuñé y anduve hasta el baño lentamente, murmurando cosas en contra del machista que decidió inventar los tacones. Abrí el grifo del agua caliente y me metí dentro. Hacía muchísimo frío, así que agradecí ese chorro que me bañaba.

Empecé a pensar en Jared, en sus ojos azules... noté un hormigueo en mis piernas y me reprendí a mí misma. Un tío con el que había hablado solo tres cuartos de hora me ponía caliente. Y sin ni siquiera estar presente. Eso estaba muy pero que muy mal.

Salí de la ducha y me puse mi ropa interior. Me sequé el pelo y me puse un poco de pintalabios y rimmel. Entonces apareció Kathy quitándome de las manos el colorete y me sentó en la taza del váter. Me ordenó que cerrara los ojos y con un poco de eyeliner me pintó esa raya en mi párpado que yo ni siquiera llevaba al trabajo.

Me movió hacia un lado y me hizo una trenza demasiado pegada que yo luego desordené un poco ante su mirada reprobatoria.

Fui a mi cuarto y allí estaban esos tacones de botín negro riéndose de mí. Suspiré y comencé a ponerme los pantalones.

Cuando estuve completamente vestida y subida a aquellas armas mortíferas llamadas zapatos de tacón alto, salimos las dos por la puerta agarradas del brazo. Esperaba no encontrarme a Jared.





Él:





Un dolor punzante en la cabeza me despertó. Abrí lentamente los ojos y los noté cargados. La luz del mediodía se filtraba entre las persianas. Me levanté muy a mi pesar y encendí el móvil. Empezó a sonar casi al momento. Seis llamadas perdidas de mi madre y diez de Debbie. Apreté los puños y llamé a mi madre. Lo cogió al primer tono.

-¿Jared? ¿Dónde estabas?

-En casa, mamá. Apagué el móvil.

-¿Qué ha pasado con la pobre Debbie? Dice que la engañas con otra... ¿es eso cierto?

-No mamá. Lo que pasa con la ''pobre'' Debbie es que ya no la quiero y que no ha parado de tocarme los cojones desde que se vino a medio vivir conmigo.

-Pero cielo... no se trata de que la quieras o no... se trata de hacer a tu familia feliz, ¿comprendes?

-Mamá, me da igual. Llevo mucho tiempo sin ser feliz y voy a empezar a serlo.- Y colgué. La primera vez en mi vida que le colgaba a mi madre. Uf. Vaya subidón. Me daba adrenalina colgarle a mi madre. Definitivamente tenía que cambiar de vida.

Me fui a la ducha y me afeité. Me puse esos pantalones vaqueros negros rotos que jamás me ponía por no disgustar a Debbie o a mi madre y una camiseta de los Ramones. Me acordé del coche y decidí ir a buscarlo yo mismo, cogí mi cazadora de cuero y salí por la puerta de casa feliz por primera vez en mucho tiempo. Me dirigí a mi pizzeria favorita en Queens, y comencé a pensar en la chica de los ojos color primavera. Probablemente jamás la volviera a ver en una ciudad con ocho millones de habitantes como Nueva York. Eso me entristeció, la verdad es que deseaba darle las gracias. Ella había cambiado mi vida.

Me encogí de hombros y salí hacia mi nueva vida.


PD: Este capítulo va dedicado a mi familia, porque me apoyan y están enganchados a la historia. Os quiero.

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