miércoles, 20 de febrero de 2013

Capítulo 3

Ella:


-Kath, Kath, para. Me duelen los pies. En serio, odio esta mierda que tu llamas zapatos.
-Autumn, sólo hemos andado de la puerta de casa a la acera.
-Por eso, déjame ir a por mis zapatillas.
-Al coche.
-¿Qué?
-Que comiences tu camino hacia el coche.
-Te odio-Murmuré cual adolescente en plena pubertad contra esa madre que te hace quitarte una combinación de prendas horrendas, a la que luego le agradecerás tu vida y, por qué no decirlo, tu buena apariencia en las fotos familiares.

Andamos hacia el coche, ella ágil como un puma, subida a sus taconazos y yo cual garza epiléptica subida a unos taconcillos de diez centímetros.

Nada más meternos en su coche, solo y enteramente suyo, ya que yo no tenía ni carnet ni coche, encendió la radio con aquel horrible chunda-chunda que sonaba por todas partes y que yo odiaba. No me considero una erudita de la música, pero tampoco alguien inculta musicalmente.

Lo de no tener carnet me pasó factura en el instituto al cumplir los dieciséis. Todas aquellas pijas montadas en sus coches flamantes y a mí aún me llevaban mamá o papá a clase. Mis pintas de friki psicópata no ayudaban mucho a mi integración, pero Kath, animadora, popular y guapísima, jamás me repudió. Siempre se sentaba conmigo en las clases que teníamos en común, siempre comía conmigo y al menos un día del fin de semana salía conmigo. Era mi amiga. En mayúsculas: AMIGA.


Le bajé el volumen a la música, salimos de nuestra flamante calle en el barrio de Queens, donde se erguían hileras de apartamentos todos iguales, pequeñitos y acogedores. La pizzería de enfrente de casa experimentaba su momento de máxima audiencia, por aquellos locos que, según Kath, preferían la pizza a un ''exquisito'' (y lo entrecomillo porque me parece asqueroso) plato de sushi. Toda yo por dentro ardía en deseos de un poco de comida mala y asquerosa, pero el momento de comida basura de la semana había sido anoche sábado y no volvería a haber otro hasta el sábado siguiente. Kath se cuidaba mucho y se empeñaba en cuidarme a mí.

Y en el fondo se lo agradecía.



Él:

Tenía el trozo de pizza a medio meter en la boca cuando las vi pasar. Ella, con una trenza que le llegaba hasta la cintura, de donde salían algunos mechones desordenados al viento y su amiga, igualmente mona pero eclipsada por la belleza angelical de Autumn.

Así que Autumn vive en Queens. Y seguramente bastante cerca. Me acerqué al pizzero con intención de preguntarle si conocía a alguna Autumn de por aquí cerca, esperando que no pensara que yo era un agente federal en busca de una espía o peor, un asesino en serie en busca de una víctima.

-Eh, oiga, perdone.
-¿En qué puedo ayudarle, caballero?-Ignoré el hecho de que me llamara caballero, cosa que odiaba.
-¿Conoce a alguna Autumn que viva por aquí cerca?-Me miró con sospecha y supe que barajaba la teoría del asesino en serie. Así que improvisé.
-Soy policía, la busco porque interpuso una denuncia por robo y hemos encontrado al sinvergüenza y sus cosas. La chica me cayó en gracia, así que he decidido devolvérselas yo mismo.- Aún me miró con un poco de suspicacia, no sé si por mis pintas de rockero marronero o porque se la habían dado ya otras veces. Pero funcionó.
-Autumn... Hay una chica encantadora que se llama Autumn. Vive en ese apartamento de enfrente con su amiga, Kath.
-Creo que es la que busco, gracias.
-Pero debería saber, caballero, que los domingos suelen irse a comer fuera.
-¿Le importaría si la espero aquí?
-Siempre que haga alguna consumición, no.
-Soy policía.
-Ambos sabemos que eso no es verdad, caballero. Sé que es usted cliente habitual de esta pizzería y jamás le he visto con uniforme.- Lo miré sorprendido y me sonrió.


Pedí una cerveza y me senté a esperar.


Ella:



Kath cogió carretera y manta hacia Manhattan, esperaba que hacia algún restaurante donde se hiciera brunch y no hacia un japonés. Me encantaba la cultura japonesa, pero mi teoría de la comida no era compatible con su cocina. Si yo no me como la gallina con plumas y el huevo con cáscara y sin freír, ¿por qué debería comerme el pescado crudo?

Gracias a dios, enfiló para su restaurante de brunch favorito, donde la comida, aunque cara y poca cosa, estaba hecha.

Aparcó de milagro el coche en un párking a reventar y salimos andando hacia el restaurante que estaba a sólo un par de manzanas. Nos sentamos en la mesa que nos indicó el camarero y pedimos. Yo me pedí mi sándwich club con todos sus condimentos posibles y patatas fritas, mientras Kathy me miraba con reprobación y se pedía su escuchimizada ensalada césar.

Volví la mirada hacia la barra y allí, vuelto de espaldas, estaba él. Pelo castaño casi negro por el hombro, delgado, espalda ancha... Mi respiración se cortó y me puse en tensión. Cuando se volvió sus ojos no eran azules, sino castaños. Su nariz no era perfecta y recta y no tenía los labios llenos. No era Jared.

Algo se relajó y se desplomó al mismo tiempo dentro de mí. La consecuencia de ser una lectora habitual de novela de amor del siglo diecinueve es que terminas pensando que todo el mundo tiene a alguien destinado para sí mismo, y esperas durante toda tu adolescencia que llegue la persona adecuada, pasando por alto tus equivocaciones al creer que la persona adecuada es quien te lleva al baile de promoción. Hasta que te das cuenta algunos besos con sabor extraño y diez ponches después que no es así. Que en realidad si alguien es tu persona adecuada, como se describe en los libros y películas, debe estar dispuesto a recorrer el mundo por ti, a interponerse entre una bala y tu pecho, a desafiar a cualquiera que intente prohibirte estar con tu amada, a pasarte noches en vela abrazándote.

¿Y si ese desplome significaba que en realidad era Jared esa persona? ¿No era demasiado frívolo que después de cuarenta y cinco minutos de conversación pensara que él era mi príncipe de cuento? Probablemente estaba pensando demasiado en ello y dándole demasiadas vueltas a un tío, porque era eso a fin de cuentas, que había conocido por casualidad en la ciudad más concurrida del mundo y dónde probablemente encontraría a alguien a quién de verdad le hiciera y me hiciera sentir algo.

Un par de chasquidos insolentes delante de mi nariz me hicieron apartar los ojos del camarero y mirar a Kath que me miraba con suspicacia.

-¿Por qué le miras? ¿Te parece guapo? ¿Quieres su número?-Volví los ojos hacia dentro y recé porque no le diera por hacer cualquier locura.
-Pensé... pensé que era Jared.-Me miró sin comprender.
-¿Jared? ¿Qué Jared?- Era lo que tenía el consumo habitual de alcohol de garrafón en las discotecas más exclusivas de Manhattan, que te hacía tener pérdidas de memoria a corto plazo. Como Dory, la pececita azul de Nemo.
-Jared, aquel tío tan guapo que me abordó ayer por la tarde.-Abrió los ojos recordando. Tal y como Dory.
-Oh... ¿No es él?
-No, Jared es más guapo.
-¿Te gusta?
-Sí, pero sólo es físico.-Y seguí zampando sándwich.


Él:

Iba por mi quinto trozo de pizza y mi tercera cerveza. El camarero me miraba con sorna desde la barra. Le iba a hacer ganar una fortuna. Llevaba cuatro horas sentado en la mesa de la ventana escudriñando todos los coches azules que pasaban. Decidí salir a la puerta del local arriesgándome a perder la mesa y tener que esperar a Autumn en la puerta con el frío que hacía en diciembre.

Me encendí un cigarro y comencé a darle caladas, nervioso. No es que fuera fumador habitual, pero Debbie y nuestro círculo de falsos amigos me habían enganchado, en la universidad si no fumabas y bebías hasta estar como una cuba no eras nadie.

Escuché unos pasos firmes y algo extraño detrás y levanté la mirada. Ahí estaba Autumn, andando como un pato y su amiga andando cual diosa en el Olimpo. Aún así Autumn era más guapa. Miró de reojo a su amiga y levantó la mirada. Su cara de estupefación al verme fue lo mejor que me había pasado en meses.

-¿Jared? ¡Eres un acosador! ¡Me conoces de cuarenta y cinco minutos y me localizas! ¡¿Qué va a ser lo próximo?! ¡¿Me vas a seguir allá a dónde vaya?!-La miré con nerviosismo y crucé la mirada con el pizzero que me miraba con los ojos entrecerrados. Mierda.
-Oye, oye. No te creas tan importante, esta es mi pizzería favorita. Quizás seas tú la que me sigue a mí.
-Vivo ahí enfrente y nunca te había visto por aquí. Así que mientes.-La miré con dureza.
-Quizás no te habías fijado nunca en mí hasta hoy.-Me miró sopesando posibilidades y pareció decidir que era posible. Su amiga nos miraba a uno y a otro sorprendida, como en un partido de tenis.
-Autumn, ¿este es Jared?
-Sí.
-¿Le has hablado de mí a tu amiga? ¡Vaya! ¿Quién es la acosadora ahora?-Me miró con rabia y salió a andar hacia el paso de peatones de enfrente de la pizzería para cruzar hacia su casa.-Me gustaría agradecerte que me hicieras abrir los ojos, ¿puedo invitarte a un trozo de pizza?
-No.
-Oh, vamos.
-Estoy a dieta.-Me reí. Estaba tan perfecta que no me iba a creer aquello. La miré con ojos suplicantes.-Llevo tacones y me duelen mucho los pies.
-Tengo tus zapatillas en el coche.-Su amiga, que se había colocado a su lado en el paso de peatones la miró con ojos culpables.
-Kathleen, ¿me estás diciendo que llevas todo el día viéndome andar como un puñetero avestruz y has tenido todo el tiempo mis zapatillas en el coche?
-Y unos calcetines.
-Ya.

Kathleen fue hacia el coche que estaba aparcado unos metros más abajo y de mientras yo miraba a Autumn con una sonrisa de oreja a oreja. Ella resopló, pero yo sabía que quería cenar conmigo. Podría haberse negado en serio, o incluso haber puesto una excusa más creíble. Pero allí estaba, mirando con pretendida furia la puerta de su apartamento y sin decir que no. Así que me animé por el hecho de que no me pegara o llamara a la policía.



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